De pequeña cereza a grande manzana

new york
Con la Maleta Lista

Por Juan Miguel Álvarez J

¡Otra vez en New York! Otra vez divagando por las calles de la manzana roja. La metrópolis a la que todos soñamos algún día llegar. Para mí la representación más exacta de globalización, en donde la frase “ciudadanos del mundo” cobra sentido.

Una semana antes en Manizales me comportaba como un french poodle cuando su amo le muestra la correa para salir a pasear, y es que cuando estamos en vísperas de viajar a un destino anhelado, el cuerpo, el corazón y la mente se empiezan a comportar extraños. Ese sentimiento, personalmente, me remonta a mis paseos escolares en el veraniego sector de Santagueda. Tantos recuerdos: el huevo cocido, el pollo frisby frío, las lentejas regadas en la bolsa plástica, las insoladas eternas, las arrugas de abuelito en las palmas de las manos, y a la hora de dormir la sensación de seguir en la piscina, en fin, definitivamente esas primeras experiencias de viaje con los amigos del colegio son inolvidables.

Después de este flashback a mi adorada primaria, vuelvo al momento en el que faltaba solo una semana para viajar por segunda vez con mi cómplice, compañera y esposa Carolina, al país más abundante que conozco: Estados Unidos. Sí, en realidad estaba ansioso, entusiasta, nervioso y sentimental de volver a caminar por la quinta avenida, montar bici en el cinematográfico Central Park, levantar la mirada para ver la punta del Empire State, ir a un concierto al emblemático Madison Square Garden, fotografiar la ciudad desde el Puente de Brooklin, abordar un tren desde la estación central y bajarme en Queens para saludar a algunos paisanos, y hasta recordar con dolor a las víctimas del 11/9 mientras se pierde mi mirada en el agua de la fuente construida en memoria de tantos inocentes en el World Trade Center.

Ya se acercaba la hora de dejar mi Manizales y aterrizar en la ciudad que nunca duerme y que por supuesto no deja dormir a nadie. Una urbe con millones de cosas por hacer, y que en el viaje pasado no hice; estaba en deuda con ese pequeño aventurero que llevo dentro de mí, no veía la hora de llegar para tomar un barco e ir a saludar a la señora de la libertad, posar con toda la farándula hollywoodense en el museo Madame Tussauds, ubicado en el corazón de Manhattan, y por supuesto, volverme a deslumbrar y extasiar  con los reflectores, luces, pantallas y música de la intersección de la calle más famosa de la ciudad, ubicada en la esquina de la avenida Broadway y la séptima avenida: el Times Square. En mi primer viaje fui de día y me tocó imaginarme hasta hoy cómo era en la noche, pronto les podré contar.

Mirando por última vez desde mi ventana en la Camelia el majestuoso Nevado del Ruiz, me preguntaba si alguien al igual que yo, estaba en algún apartamento de New York ansioso e inquieto planeando un viaje a mi querida Manizales. Tal vez sea así, porque si yo fuera un gringo y hubiera hecho turismo en la ciudad de las puertas abiertas, mi ciudad, estaría más que eufórico por volver, por sentir otra vez el calor y alegría de la gente en la feria más grande de américa, por ver de nuevo cómo se esconde el sol desde el mirador de Chipre mientras acabo una oblea, por caminar en el centro histórico y apreciar lo mágico de la arquitectura republicana, junto a su imponente Catedral Basílica y su descrestante palacio amarillo de la gobernación, por cerrar los ojos y escuchar los pájaros, la naturaleza y la tranquilidad en el Recinto del Pensamiento, y sobre todo, por volver a saludar al anfitrión más amable de Colombia. Definitivamente, si fuera newyorkino y estuviera pensando en volver a estas tierras cafeteras y coloridas, estaría como ese french poodle del principio,  porque si New York es la gran manzana, Manizales es una pequeña pero dulce cereza.