La paisa en las montañas de Boyacá

La paisa en las montañas de Boyacá

Niña Caldense
Opinión
Juanita

Por  Juana Manuela Rodríguez Carmona /  Licenciada en Ciencias Sociales, Historiadora en formación y Maestrante en Estudios Territoriales. Universidad de Caldas.

 

Los vestigios de la Colonización silenciosa.

Había escuchado antes sobre la colonización silenciosa, una designación precisa del profesor Isaías Tobasura que me llevaba a imaginar la travesía que habían realizado décadas atrás boyacenses hacia San Félix-Caldas, entre ese vaivén de caminos e intercambio de culturas se encuentran Idinael, más conocido como don Dino, un hombre noble, boyacense de nacimiento pero caldense de corazón pues allí conoció a Luz Mary, una mujer decidida y valerosa que nació en Caldas pero tal vez terminará sus días en las tierras de Boyacá.

Son las cuatro de la mañana y Luz Mary “la paisa”, como es conocida en la vereda ya tiene su sombrero, sus botas pantaneras y el tinto caliente para iniciar su travesía hacia su primer oficio del día, el ordeño, aquello que los de la gran ciudad ven como una hazaña, ella como su vida cotidiana. Mientras camina cuarenta minutos hasta donde la esperan con ansias Pecas, Alondra, Princesa, Samantha, Toreto, Estrella, Lola y otras cuantas, la acompaña la luna con su luz tímida pero certera para el camino que de memoria conoce, también están Toby y Azabache, los perros que de seguro añoran esa hora del día, pues los juegos en los charcos y la emoción al correr tras la lechera sólo se disfruta en la mañana, otro de los acompañantes, además de la luna y los perros, es el radio, el que les cuenta sobre las últimas noticias del departamento, el precio de los alimentos y las fechas importantes para Jóvenes en acción. Por último está, Elizabeth, su hija y fiel compañera, aquella que desde sus cuatro años aprendió a ordeñar y quiere a las vacas como ninguna, ella me cautivo con un simple “Vamos a ver el amanecer”, eso ya era suficiente para querer acompañarlas, así iniciaba el día con los campesinos de Vinculo Moravia.

Algunas noches, cuando sale la cosecha visitan la plaza de mercado de Chiquinquirá, empieza a la media noche y al contrario de lo que profesan las grandes élites, el bulto de papa resulta en 22.000, un costo que no cubre ni la mitad de todo el trabajo de meses.

Los valores del campo y la desesperanza de la ciudad.

Juan David empezó a ofrecernos lo mejor de su hogar: el olor a canelón en una planta, nos presentó sus acompañantes los pájaros y las tres yeguas a lo lejos, una de ella llamada La Costeña, designar nombres a los animales es un hábito común que aún prevalece en las zonas rurales, en mi caso recuerdo nombres de caballos y vacas como La Bamba, Lakejumai, La Caprichosa, La Consentida, Testimonio, Sabana, entre muchos otros. Regresando a Juan David, con su mirada curiosa pero a la vez expectante nos hacía un recorrido por su casa, mostrando sus habilidades en trepar árboles y construir casas en ellos, también nos mencionó que el alambre pringaba y debíamos tener cuidado, él no lo sabía pero nuestro origen era igual al suyo: campesino.

En cada palabra estaba reflejada la inocencia y sencillez con la que en algún momento cautivé a personas de la belleza de la vida en el campo: de las gallinas, el ordeño y el silencio que aturde, como mencionaba la antropóloga Sofía Lara, encontraba en Juan David la nobleza y sinceridad que ciertamente la ciudad nos va arrebatando. El paso del campo a la ciudad no es solamente un cambio de lugar, esta transición irrumpe con los valores de confianza, sinceridad y el juicio, ¿Entre menor sea el centro poblado, mayor serán los valores? Juan David y los habitantes de la Vereda Moravia no lo sabían pero me estaban dejando aún más clara esa formación humana que los campesinos tanto nos enseñan.

Mientras tanto, los mayores entre caldenses y boyacenses, sentados entorno al fogón de leña compartían y comparaban su vida cotidiana, el espacio de la cocina como un lugar histórico de socialización en donde sus estructuras seguramente guardan las más grandes historias y canciones como Hurí, Senderito de amor y Las Acacias un espacio de encuentro en donde mencionaban la vida de los jóvenes en uno y otro lugar, el papel de la mujer y la diferencia abismal entre las culturas, la comida, las formas de cultivar y el tratamiento que le otorgaban al medio ambiente, la chilca es riqueza en estas tierras en otras en maleza y así, esos ejercicios de comparación que vislumbran al visitante y recuerdan la importancia de valorar lo poco como recibir aromáticas de las plantas que cultivan en su huerta. Siempre he sabido que los campesinos tienen el conocimiento empírico que ningún académico puede lograr con facilidad ¿El papel de la academia se tergiversa hacia la recepción de conocimientos?

Los jóvenes del campo boyacense guardan aún esa pasión que los conduce a vivir toda su vida en el campo, tener una familia, unir terrenos y continuar con los cultivos de papa, mora y otros. En Caldas, la motivación por ir a la ciudad a estudiar y trabajar los aleja del campo. ¿Es el campo el infierno para unos y el paraíso para otros?

De una cultura a otra: Acerca del sincretismo cultural.

 Crecí escuchando la historia de mi abuela sobre su infancia en Boyacá, recorrí las calles de mi pueblo escuchando la mezcla de acento entre paisa y boyacense que de pequeña creí que era normal pero que años después supe que hacia parte de un gran proceso de migración de un lejano departamento hacia mi pueblo. Al escuchar los acertados comentarios de Luz Mary “la paisa” comprendía como se generaba un proceso de sincretismo cultural de parte y parte, los boyacenses a mediados del siglo XX nos enseñaron a sembrar papa, a jugar tejo y tomar chicha, ahora veía como ese proceso se devolvía en conjugar tradiciones, Luz Mary con asombro y extrañeza cuenta que hasta hace pocos años los fogones de leña estaban en el suelo, en la mitad de la cocina, una imagen que me recordaba esa tradición histórica de los cazadores recolectores de conversar, cantar, dormir y sobretodo, buscar calor alrededor del fuego. Además, que los baños y por tanto, las duchas no existían, el rio y los hoyos en la tierra eran los más propicios para ello, el baño de su casa fue el primero de la vereda y con ello, las familias cercanas, una a una empezaron a hacer lo mismo en sus hogares, un proceso de sincretismo cultural que parte de generación en generación y por tanto, trasciende a través del tiempo.

La tradición navideña de ir de cada en casa en cada navidad, acá permanece, de finca en finca y probablemente parranda en parranda porque la cerveza sigue siendo fiel compañera de la comunidad, habitar esta vereda de Boyacá fue como viajar en el tiempo pasado.

“Yo tengo mucho que agradecerle a las moras”

“Turmequé” como fue denominado por los indígenas, es un deporte que ha trascendido a lo largo de los años, en San Félix llegó en la segunda mitad del siglo XX con la mencionada colonización silenciosa, esa que el profesor Isaías Tobasura detalló con delicadeza. El papel de la mujer en los campos boyacenses se diferencia con profundidad de los caldenses pues su labor en la agricultura, el ordeño y los oficios del hogar brinda un estado de igualdad de género que en las calles de la ciudad aún no se menciona. La mujer en Boyacá madruga a ordeñar, tiene el tinto listo y al salir el amanecer ya está la leche y parte del desayuno, atienden el hogar, cortan leña para su fogón, son las encargadas de la crianza de los animales domésticos, cultivan y recogen papa igual que sus esposos e hijos, y además juegan tejo, una acción que para muchos puede ser mínima pero para mi visión de caldense era grandísima, las pequeñas niñas con alpargatas y sombrero acompañan a la abuela en las tardes a recoger papa. La mujer boyacense debería ser un ejemplo de valentía, sencillez e igualdad, Mary Luz menciona que tiene mucho que agradecerle a las moras, pues su ingreso personal le permitió dejar de lado su sumisión económica y empezar a comprar sus propios bienes, si esto no es motivo de alegría y sinónimo de alienación, no sabría con claridad que lo es. El acceso al trabajo en el campo a la mujer también brinda esa independencia que desde décadas atrás las mujeres estamos reclamando.

Dedicado a la familia Peña López.

Reconocimiento especial a don Antonio José Jiménez, un caldense quien, según fuentes orales, trajo las letras a estas tierras, quien al son de una pizarra enseñó y brindo la herramienta más pura a una comunidad: la educación.

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